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Matrices y vertientes de pensamiento sobre los medios indígenas en América Latina

Published onJul 01, 2022
Matrices y vertientes de pensamiento sobre los medios indígenas en América Latina
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Resumen

Este artículo analiza la trayectoria investigativa que, dentro del campo científico sobre comunicación en América Latina, se ha ido configurando en relación con las prácticas de comunicación que diversos grupos indígenas han desarrollado desde sus propios medios en distintas regiones. A partir de la categoría epistémica “matrices de pensamiento”, se abordan las trayectorias de los estudios sobre comunicación indígena. Con ello, se da cuenta del modo en que los abordajes y sus marcos conceptuales se fueron emplazando en los distintos momentos históricos en los que emergieron, se actualizaron, se adaptaron o se enriquecieron, de forma que la controversia teórica se engarza con debates políticos sustantivos respecto de las identidades indígenas y de los medios.

Abstract

This article analyzes the investigative trajectory that, within the scientific field on communication in Latin America, has been configured in relation to the communication practices that different indigenous groups have developed from their own media in different regions. From the epistemic category "matrices of thought", the trajectories of studies on indigenous communication are analyzed. Thus, it shows the way in which the approaches and their conceptual frameworks were located in the different historical moments in which they emerged, were updated, adapted or enriched, so that the theoretical controversy is linked with substantive political debates referred to indigenous and media identities.


Introducción

A partir del año 2000, hemos asistido en América Latina a una creciente multiplicación de investigaciones que, desde el campo de los estudios sobre comunicación, analizan los medios y las prácticas de comunicación mediatizada de los pueblos indígenas de esta región del continente, en general vinculando esas prácticas a diversos procesos de luchas por derechos que protagonizan esos pueblos. Sin embargo, la trayectoria investigativa sobre estas experiencias y prácticas se remonta a muchas décadas atrás, al menos hasta la década de los setenta, y los modos de abordaje, enfoques teóricos y conceptualizaciones se han ido transformando y diversificando a lo largo de los años.

La propuesta de este artículo es reconstruir y analizar el tejido de significados y referencias de que está hecha esa trayectoria conceptual, emplazando sus reconfiguraciones en una doble inscripción: por un lado, en los tiempos de las matrices de pensamiento que fueron delineando de modo más general al “campo científico” de la comunicación en América Latina1 y, por otro, partimos de asumir la intrínseca articulación de esa historia conceptual con los tiempos largos2 de los procesos políticos/económicos/socioculturales de transfiguración de las identificaciones vinculadas a la indigenidad en este continente. En ese sentido, proponemos analizar el movimiento de gestación de los desarrollos, las conceptualizaciones sobre la comunicación indígena mediática, estableciendo vínculos con los contextos históricos en que ciertas marcas de la indigenidad se activaron o no, y con las disputas/tensiones que esas marcas vehiculizaron.

En términos de nuestra propuesta analítica, organizamos esta sistematización en tres periodos diferenciados, asumiendo que toda clasificación resulta en algún punto arbitraria, pero a la vez permite ordenar y reconocer continuidades y rupturas en esta trayectoria investigativa:

  • Primer periodo: abarca textos publicados entre inicios de 1970 y mediados de los ochenta. Durante estos años se produjeron los primeros trabajos que abordaron el vínculo entre poblaciones indígenas y medios educativos, y populares. Estos análisis están signados por la tensión teórica y política entre desarrollo y dependencia, resultando de ello dos tipos de enfoques en los trabajos: algunos centrados en dar cuenta de la capacidad de esos medios para mejorar los niveles de vida de la población (enfoque del desarrollo), y otros analizando la capacidad de esos medios para movilizarles políticamente y dotarles de voz (enfoque de la dependencia).

  • Segundo periodo: abarca trabajos publicados entre la segunda mitad de la década de los ochenta y la primera mitad de los noventa. Como veremos, este constituye un periodo bisagra tanto de los análisis de la etapa anterior como de las primeras reflexiones sobre las especificidades culturales de los usos de la tecnología en el marco de la puesta en foco de las identidades étnicas. Esta etapa marca el inicio del proceso de profesionalización del campo de la comunicación en general, y ello incide en las condiciones de enunciación de los estudios sobre esta temática vinculada a medios indígenas (por ejemplo, se comienzan a producir tesis de posgrado sobre el tema).

  • Tercer periodo: abarca trabajos publicados entre la segunda mitad de la década de los noventa y hasta la actualidad. En este periodo, encontramos más claramente delineadas dos vertientes en los estudios sobre esta temática: por un lado, análisis que se focalizan en los usos de las tecnologías de la comunicación digitales por pueblos indígenas y exploran las potencialidades democratizadoras de esas tecnologías y, por otro, trabajos que exploran la complejidad de las articulaciones entre luchas políticas, procesos de identificación étnicas y medios de comunicación, atendiendo tanto a los marcos de desigualdades expresivas como a las mutuas y complejas relaciones de performatividad entre esas tres dimensiones (identidades, medios y política).

Este artículo, elaborado centralmente a partir de la sistematización y análisis bibliográfico sobre el tema, es parte de la investigación que desarrollamos en el Doctorado en Antropología en la Universidad de Buenos Aires3 y se inscribe también en una trayectoria de colaboración activista en emisoras de pueblos indígenas en Argentina.

Para este trabajo en particular, relevamos materiales que constituyen el corpus de análisis, conformado de acuerdo a los siguientes criterios: artículos publicados en revistas científicas y libros que den cuenta de investigaciones sobre prácticas, medios, experiencias de comunicación indígena en América Latina; tesis de posgrado publicadas sobre esa temática; ponencias que son parte de actas de congresos; todo ello en un recorte de tiempo que abarca los tres periodos que enunciamos previamente. Si bien asumimos que, como todo corpus, posee un grado de arbitrariedad, procuramos construir uno lo suficientemente amplio y diverso que permita dar cuenta de las trayectorias, vertientes y rupturas en el abordaje sobre esta temática.

Antes de avanzar en el análisis de esos trabajos, nos interesa definir brevemente la categoría de matrices de pensamiento, que constituye el punto de partida y el marco de este abordaje.

Sobre matrices y vertientes de pensamiento

Las grandes corrientes de las ciencias humanísticas y sociales, afirma la socióloga argentina Alcira Argumedo, están intrínsecamente vinculadas a proyectos históricos y políticos de los momentos en que emergen y se desarrollan. Y la configuración del campo científico de la comunicación no ha sido una excepción.

Al interior del pensamiento sobre lo histórico y lo social, afirma Argumedo, existe una multiplicidad de corrientes teóricas. El carácter complejo y polémico de dicho campo se debe a la forma en que el mismo se constituye y reconstituye en una relación históricamente condicionada con los procesos políticos-culturales, “como expresión de visiones del mundo que impregnan los más diversos aspectos del acontecer de las sociedades”.4 A su vez, ello no implica plantear dicotomías que imposibiliten el diálogo entre las distintas corrientes de pensamiento, ya que estas se vertebran en marcos más amplios, en concepciones culturales y modos de percibir el mundo que les otorgan sus significaciones esenciales al margen de sus especificidades, lo cual da la posibilidad de encontrar puntos de acuerdo y líneas de continuidad. Para el análisis de esa compleja configuración de las trayectorias investigativas en ciencias sociales y humanas, Argumedo propone la categoría de matrices de pensamiento, entendiéndolas como “la articulación de un conjunto de categorías y valores constitutivos que conforman la trama lógico conceptual básica y establecen los fundamentos de una determinada corriente de pensamiento”.5 Una matriz de pensamiento define, de una u otra manera, una concepción acerca de las sociedades; del devenir histórico; elementos para la comprensión de los fenómenos del presente; que formula planteos acerca de los actores protagónicos del devenir histórico y social; hipótesis referidas a los fenómenos políticos, sociales, económicos y culturales, y fundamentos para optar entre valores o intereses en conflicto. En coherencia con estas nociones, y con una concepción acerca de qué es la ciencia social, cuáles son sus formas de objetividad y conocimiento del objeto de estudio, cobran sentido los distintos conceptos y metodologías de abordaje. En síntesis, las matrices de pensamiento son sistematizaciones conceptuales de determinados modos de percibir el mundo (o aspectos de él).

Tal como plantea Argumedo, la definición de las matrices de pensamiento permite detectar las líneas de continuidad o ruptura de los conceptos, valores, propuestas de las principales corrientes de pensamiento en un determinado campo de investigación.6 A su vez, la autora propone la noción de “vertientes” para referir a las diversas expresiones o modos particulares de desarrollo teórico que se procesan dentro de las coordenadas impuestas por la articulación conceptual de una matriz. Estas vertientes, explica, constituyen ramificaciones de un tronco común y reconocen una misma matriz, no obstante sus múltiples matices, sus características particulares, sus eventuales contradicciones o los grados de refinamiento y actualización alcanzados por cada una de ellas.

A continuación nos detendremos en los periodos históricos definidos anteriormente, para dar cuenta de las conceptualizaciones en torno a la comunicación indígena mediática presentes en ellos. Entendemos que estas conceptualizaciones constituyen vertientes que se desarrollaron alrededor de matrices teóricas más amplias del campo de la comunicación. Y que, a la vez, no pueden comprenderse con autonomía de los modelos de sociedad en el marco de los cuales se fueron transformando las luchas políticas y los procesos identificatorios de los pueblos indígenas.

Primer periodo: tensiones fundantes de los estudios sobre comunicación indígena en América Latina

Los años sesenta fueron de gran convulsión política, cultural y económica en todo el mundo. La posguerra, la guerra fría, la alianza por el progreso, el movimiento de países no alineados y el movimiento de países tercermundistas en su lucha por la descolonización, fueron influencias claves en el desarrollo de los estudios sobre comunicación, sobre todo en América Latina. Distintos autores que historizaron y cartografiaron el campo, tal como Raúl Fuentes Navarro,7 Jesús Martín-Barbero8 o Luciano Sanguinetti,9 aluden a dos matrices preponderantes en esta región del continente, durante aquellos años. Por un lado, están las investigaciones que analizaban la relación entre la comunicación y el poder en los procesos de dominación de las masas y dependencia cultural, que tenían a los medios masivos de comunicación como protagonistas. Por otro, surgen aquellas matrices que afirman la posibilidad de lograr el desarrollo de los pueblos utilizando a los medios de comunicación como instrumentos de difusión de los avances modernos, para superar el subdesarrollo:

En las múltiples intervenciones de su carrera, Martín-Barbero expresó su visión de que dos concepciones fundacionales opuestas caracterizaban los estudios de comunicación latinoamericanos, y la necesidad de superarlas: “Por un lado, estaba el paradigma Funcional”, que relacionaba el estudio de comunicación a la difusión de innovaciones; y “por otro lado, estaba la Teoría de la Dependencia”, que afirmaba que la comunicación de masas formaba “parte del proceso que incluía la dominación que debían soportar los países latinoamericanos”. Los argumentos detrás de la defensa de Martín-Barbero de su posición sobre las estrategias del campo para hacer frente a las configuraciones cambiantes de las dimensiones comunicación-cultura-política de las sociedades latinoamericanas, se volvieron progresivamente explícitos y coherentes a medida que debatía, a veces ferozmente, con líderes y seguidores de otras escuelas de pensamiento, especialmente algunos economistas políticos críticos y posmodernistas idealistas. La historia del campo que trazó, así como el enfoque teórico y metodológico que sostuvo, se convirtió en una de las fuentes más influyentes de la “escuela latinoamericana de pensamiento”. Dio forma tanto a las prácticas de investigación como a la formación académica de profesionales que intentaban “comprender el papel que jugaron los procesos de comunicación y los medios de comunicación en los cambios que se estaban produciendo en América Latina” (y en otros lugares) antes y después del cambio de siglo.10

A su vez, atravesada originalmente también por esta tensión entre el desarrollo y la dependencia, durante este periodo nació una línea de investigación y trabajo en comunicación en América Latina que se constituyó en matriz para pensar los medios de comunicación, llamada “comunicación popular”. Esta matriz, que en términos académicos tuvo siempre cierta marginalidad, surgió en íntima vinculación con el proceso de transformación de la Iglesia católica en Latinoamérica, luego del Concilio Vaticano II, y sus pronunciamientos en relación a los sectores oprimidos. Desde esa concepción, el oprimido es el sujeto sin voz y, en ese marco, la comunicación comenzó a ser considerada una práctica liberadora.11 Con ello, muchos investigadores de la comunicación comenzaron a plantear que la democratización de las relaciones en las sociedades latinoamericanas vendría de recuperar las formas de comunicación de esos sectores populares que se organizaban para enfrentar al opresor, y lo hacían partiendo de modelos de comunicación participativa y horizontal.12

Tal como plantea María Cristina Mata,13 si bien inicialmente las experiencias de comunicación popular eran pensadas como los espacios desde los cual dar o dotar de voz a los sujetos oprimidos, al pueblo, en los primeros años de la década de los setenta,

...la idea de una mayoría “sin voz” a la cual debía dársele, fue discutida y revisada. Se argumentaba que postular que los explotados y marginados no tenían voz era desconocer una palabra que se revelaba en sus prácticas, en su capacidad de organización y de lucha... Pero también desconocer que esa palabra era modo de vivir, de imaginar, de soñar, de pensar. Una palabra dominada y resistente, por eso fragmentada y contradictoria, en la que estaban inscriptas tradiciones e historias.14

Alrededor de esta matriz y, por lo tanto, emplazados también en las tensiones entre el desarrollo y la dependencia, a principios de la década del setenta comenzaron a producirse trabajos que reflexionaron sobre los vínculos de los pueblos indígenas y estos medios de comunicación, en aquel momento denominados populares, mineros, educativos o campesinos.

Además de su configuración en el marco de los estudios sobre comunicación popular, estos trabajos también se vieron influenciados por su desarrollo en un contexto político que, aunque con matices, era común a los distintos países de la región: el indigenismo integracionista de las políticas orientadas a la población indígena implementadas en América Latina a partir de la década de los años cuarenta, con el cual se institucionalizó un impulso homogenizador tendiente a la invisibilización de dichos pueblos.15 Cabe recordar que este indigenismo integracionista fue una expresión de los proyectos desarrollistas y modernizadores en el área de la economía, la política y la cultura, que orientaron el destino de los países latinoamericanos centralmente durante las décadas de los sesenta y setenta. Desde esta concepción se afirmaba que para transformar a los países periféricos en naciones desarrolladas y con mayor autonomía era necesario incrementar la intervención del Estado en los distintos planos de la vida socioeconómica de cada país. Se trataba de medidas de corte asistencial que apuntaban, en el fondo, a garantizar la sobrevivencia del capitalismo con nuevos instrumentos de intervención e interpretación, capaces de solucionar las contradicciones más apremiantes de la acumulación de capital. Desde este lugar, se planteaba que la población indígena, esencialmente campesina en aquellos años, debía ser sacada de su atraso y su refugio en la tradición, objetivo frente al cual la lengua, la cultura y todos aquellos “elementos o señales de identidad indígena no eran más que obstáculos a superar”.16 Este objetivo asimilacionista impulsó, entre otros, muchos de los programas de alfabetización de las comunidades.

Asimismo, a fines de los años cincuenta algunos gobiernos de la región —como el caso de Bolivia (1953), Chile (1962), Ecuador (1964) o Perú (1969)— impulsaron, con diferencias en cada caso, reformas agrarias que contribuyeron a cambiar en alguna medida las condiciones de vida de los campesinos y, en muchos casos, fueron la plataforma para el desarrollo de organizaciones campesinas e indígenas. Muchas de estas organizaciones surgidas en los años cincuenta estuvieron vinculadas desde su origen a intelectuales y organizaciones de la izquierda latinoamericana. Por lo general, en esos sectores —salvo el caso de algunos pensadores como, por ejemplo, José Mariátegui en Perú o Guzmán Böckler en Guatemala— existieron ciertas reticencias para aceptar el hecho de una movilización política indígena como una entidad propia, con lo cual la tendencia fue integrar las luchas indígenas y las reflexiones sobre las mismas en la lógica de la lucha campesina.

Al mismo tiempo, y tensionando esas tendencias que desde ámbitos académicos y políticos tendían a la invisibilización de la población indígena, durante aquellos años comenzó a expresarse una crítica entre científicos sociales latinoamericanos respecto del indigenismo asimilacionista al que aludimos. Una expresión de estos cambios fueron los documentos conocidos como Declaraciones de Barbados I, II y III, dadas a conocer en 1971, 1979 y 1994,

...en las cuales un grupo de antropólogos de toda América Latina cuestionábamos las políticas indigenistas vigentes y demandábamos la liberación del indígena a través de su autogestión, autodeterminación y la configuración de autonomías. Nuestros documentos propusieron la redefinición de los estados en términos étnicamente plurales, lo que provocó la reacción antagónica de los ideólogos de la homogeneización cultural y política. Los rígidos paradigmas de índole economicista que tipificaban ese momento histórico de la reflexión social y política en México, impidieron que la toma de conciencia respecto a las dimensiones de la cuestión étnica ocurriera en forma simultánea a la de otros países de América Latina.17

Estos planteos fueron parte de los puntapiés iniciales para las transformaciones ocurridas en el siguiente periodo respecto de los modos de pensar, nombrar y actuar las adscripciones identitarias étnicas en relación con los pueblos indígenas. Pero habría de pasar más de una década desde la primera Declaración hasta que, con los retornos de las democracias en distintos países de América Latina, este debate se extendiese en la academia y en otros ámbitos políticos.18

Aquel escenario complejo, entonces, junto a las tensiones que configuraban el campo de estudios sobre comunicación, constituyeron el marco de emergencia de las primeras publicaciones académicas que aludieron a la participación de población indígena en medios: en algunos casos poniendo en cuestión y en otros reproduciendo los sentidos hegemónicos y las disputas políticas en torno a los pueblos indígenas a que aludimos antes. Y, en el mismo sentido, esta diversidad de vertientes tuvo su correlato en los distintos modos en que dichos trabajos conceptualizaron a los medios y reflexionaron sobre su rol respecto de los procesos de integración o expresión de esos pueblos.

Respecto de su circulación, los trabajos de este periodo se publicaron centralmente en formato de artículos que se difundían en las principales publicaciones sobre comunicación/educación popular creadas en los años setenta y principios de los ochenta, algunas impulsadas por centros de investigación en comunicación y otras por la Iglesia católica o grupos de laicos. La revista que publicó el mayor número de trabajos sobre esta temática durante aquellos años fue Chasqui,19 una publicación del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL), que comenzó a editarse en 1972 en Ecuador. También publicaron artículos sobre esta temática la revista Nueva Sociedad,20 una publicación de ciencias sociales perteneciente a la Fundación Friedrich Ebert que se publica desde 1972, y la revista Comunicación y Cultura y la Cultura Popular. Revista Latinoamericana de Educación Popular,21 creada en 1981 por la Comisión Evangélica Latinoamericana de Educación Cristiana. También pueden hallarse publicaciones no periódicas del CIESPAL en las cuales se presentan sistematizaciones de experiencias de comunicación/educación popular y, en menor medida, se publicaron artículos sobre esta temática.22 Del análisis de esos trabajos, emerge la tensión transversal al campo de la comunicación en América Latina.

Por un lado, nos encontramos con textos que adscriben a la perspectiva según la cual los medios de comunicación son herramientas al servicio del desarrollo de los pueblos indígenas, de la reversión de su situación de “estancamiento cultural”23 y paliativos de las dificultades que las instituciones de la educación formal tenían para educar a la población de las comunidades indígenas.24 En estos textos se parte de entender a la política en tanto ordenamiento jurídico-institucional particular, se afirma una jerarquía de saberes y valores culturales, y la comunicación se entiende como aquello que efectúen unos “medios técnicos con capacidad de intervención en el espacio social a través de la diseminación de mensajes que refieren, en términos generales... a los valores que se desprenden de ese ordenamiento y de esas instituciones”.25 Es decir, los medios de comunicación se piensan, en esos textos, en tanto herramientas que permitirían coadyuvar en la integración de campesinos a la condición ciudadana y al mercado, como parte de una lógica modernizante y republicana democrática.

Por otro, esos artículos coexisten, durante el mismo periodo y en muchos casos en las mismas revistas, con otros textos que analizan los procesos políticos vinculados a la indigenidad con una fuerte impronta de la clave analítica de las luchas de clase26 y, en ese sentido, el sujeto de estos textos son los sectores populares (sobre todo campesinos o mineros) y la comunicación es pensada en vínculo con los procesos de liberación de la palabra de los sectores oprimidos. Tal como afirma María Cristina Mata,27 si bien desde esta perspectiva inicialmente se pensaban los espacios de comunicación popular como lugares desde los cual dotar de voz a los sujetos, luego ello fue discutido y revisado y comenzó a plantearse la necesidad de reconocer la palabra de los sectores oprimidos en sus prácticas, en su capacidad de organización y de lucha, y de asumir que en esa palabra, dominada y resistente, estaban inscriptas tradiciones e historias. En el marco de esas discusiones y ese reconocimiento, comenzaron a surgir trabajos que problematizaron la histórica opresión a que fueron sometidos los indígenas, y pensaron a los espacios de comunicación en tanto ámbitos para la revalorización de las expresiones culturales de estos pueblos. Así, por ejemplo, encontramos textos publicados en la revista Chasqui donde se afirma que “el único camino viable para que los sectores nativos oprimidos puedan luchar por sus reivindicaciones es adquirir el nivel técnico del dominante... y ello sólo es posible con el dominio oral y escrito del castellano”.28 Además, afirman que “el idioma nativo debe ser una meta... para que el hombre quechua y aymara logre realmente comunicar lo que es y siente a propios y extraños”29 y que “la radio está ayudando a revitalizar una actitud emocional de aprecio por lo propio en los grupos más oprimidos”.30

Una cuestión común a los trabajos de esta época es que, en términos metodológicos, se trata de análisis centrados en el abordaje descriptivo o exploratorio de experiencias de las cuales los autores de los textos habían sido parte o en las que habían colaborado. Respecto de los enfoques metodológicos y técnicas trabajadas, algunas publicaciones explicitan haber retomado el enfoque dialógico de Paulo Freire y el trabajo en talleres o seminarios durante los cuales se produjeron debates colectivos y conversaciones informales con integrantes de las experiencias descriptas.31

En otros trabajos, en cambio, no se mencionan el enfoque metodológico ni las técnicas sino que se describen las experiencias y se argumenta su importancia al interior de las comunidades que se inscribieron.32 El objetivo de esos trabajos es, centralmente, visibilizar las experiencias y analizar sus roles y relevancia, antes que dar cuenta de los procesos de investigación o intervención que motivaron los textos. Esta escasa alusión a las definiciones metodológicas tal vez se deba, hipotetizamos, a una entonces incipiente institucionalización del campo en general y de sus pautas de circulación de los trabajos publicados; al hecho de que muchos de los textos estaban vinculados a experiencias de intervención y no investigación estrictamente, y a la no exigencia de requisitos vinculados a la explicitación de los marcos metodológicos de los trabajos en las revistas académicas durante ese periodo.

En síntesis, en el marco de las matrices teóricas predominantes en el periodo y del contexto político y cultural al que hicimos referencia, gran parte de las investigaciones y reflexiones producidas en los años setenta y principios de los ochenta sobre las experiencias de comunicación con participación indígena, pensaron estas prácticas en tanto comunicación popular o comunicación rural, y los espacios en que ellas se desplegaban como radios mineras o radios campesinas, en general asumiéndolos al servicio de la educación de la población. Sin embargo, si bien es posible hablar de tendencias predominantes, también es importante, incluso para comprender los posteriores desarrollos investigativos en la materia, reconocer la existencia de las distintas vertientes de esas matrices y las tensiones que atravesaron estas producciones sobre experiencias de comunicación con participación de población indígena.

Alrededor de estas tensiones comienzan a producirse trabajos donde se introduce, entre las dimensiones de análisis de estas prácticas de comunicación, algunos ejes tales como los vínculos entre las dinámicas sociolingüísticas de un pueblo indígena particular y los modos de constituirse en emisores y audiencia de radios,33 o entre el uso de la radio y las formas de organización política de cada pueblo.

De este modo, se daban los primeros pasos en la búsqueda por comprender los procesos reivindicatorios emprendidos por los pueblos indígenas y su vinculación con las posibilidades y los modos de expresión pública de los sujetos en una particular articulación de configuraciones culturales y trayectorias y coyunturas político-económicas.

Segundo periodo: entre los viejos interrogantes y las nuevas conceptualizaciones

Desde mediados de la década de los ochenta, una serie de factores contribuyó a modificar poco a poco el marco político de las luchas indígenas en el continente y, con ello, también las investigaciones sobre las experiencias de comunicación indígena que surgían en torno a aquellas luchas. Si bien no vamos a extendernos en este punto, es posible afirmar que desde la década de los ochenta se transformaron paulatinamente las relaciones entre los estados nacionales de América Latina y los pueblos indígenas, y se comenzaron a transformar los modos de pensar, nombrar y actuar las adscripciones identitarias étnicas en relación a estos grupos. Se trató de un proceso político/cultural/económico que, en términos generales, se puede definir como la tendencia a promover, al menos discursivamente, el respeto a diferencias antes invisibilizadas. Y, como parte de ello, se fue produciendo lentamente la conversión de los pueblos indígenas en sujetos de derecho internacional.34 Tal como afirma Claudia Briones, el logro de estos derechos y legitimidades no ha sido fruto de concesiones estatales sino de arduas luchas indígenas, como parte de un proceso etnopolítico de emergencia indígena que tuvo lugar centralmente desde fines de los ochenta y durante la década de los noventa.35 Este proceso, muy complejo en relación a la diversidad de actores y factores que confluyeron, como hito histórico estuvo vinculado a la conmemoración del quinto centenario de la llegada de los colonizadores europeos a este continente. En aquel momento, muchos grupos indígenas se negaron a aceptar las conmemoraciones de esta fecha y lo transformaron en símbolo de resistencia y reconstrucción de sus identidades étnicas.36 En ese escenario y como parte de esas disputas, comenzaron a crearse desde mediados de los años ochenta diversas experiencias de medios de comunicación gestionados por personas u organizaciones indígenas. Estos espacios fueron surgiendo como herramientas al servicio de luchas en las que la indigenidad de los sujetos se constituyó como el elemento articulador y reivindicatorio central.37 Un ejemplo pionero de este uso de medios en el marco de luchas donde las identificaciones éticas constituyeron una dimensión articuladora central desde los años noventa, fue el del movimiento zapatista, que avanzaron en el uso intensivo y amplio de la Internet para difundir su lucha a nivel mundial y crear solidaridades en relación a sus causas.38

En el apartado siguiente veremos cómo, articulados con esa emergencia y visibilización de los espacios de comunicación que adscriben a la indigenidad, desde la segunda mitad de la década de los noventa comenzó a crecer poco a poco el número de investigaciones dedicadas a estudiar, desde diversas perspectivas, el uso de medios de comunicación por parte de pueblos indígenas, con el foco puesto en reflexionar sobre la especificidad de la noción de comunicación indígena, esto es, sobre las marcas identitarias étnicas de esas experiencias.

Sin embargo, este periodo analizado constituye aún un momento bisagra entre la etapa siguiente y la posterior: todavía el número de trabajos es acotado y, en términos de matrices de pensamiento en que se inscriben, la mayor parte de los textos sobre experiencias de medios indígenas adscribe aún a los estudios sobre comunicación popular, tal como ocurría en el periodo anterior. A la vez, comienzan a desarrollarse investigaciones desde otras matrices, como los estudios sobre recepción. Y, de modo transversal, en todos los trabajos se problematiza de forma explícita la cuestión de la identidad étnica como dimensión cultural clave para comprender estas prácticas de comunicación. También, alrededor de la incipiente profesionalización del campo de la comunicación en general,39 en este periodo se produce la primera tesis de posgrado que hallamos sobre el estudio de prácticas de comunicación mediatizadas atendiendo a rasgos culturales asociados a identidades indígenas.40

Respecto de los trabajos inscriptos en la matriz sobre comunicación popular, en ellos se analizan sobre las posibilidades y modalidades de expresión de estos pueblos haciendo foco en los vínculos entre las condiciones socioeconómicas que estos comparten con otros sectores oprimidos y las identificaciones étnicas.41 En uno de esos trabajos se afirma, por ejemplo, que el uso de las radios contribuía a “recuperar la autoestima... de los quiechuahablantes difundiendo sus valores, su cosmovisión y su tecnología, y demostrando [en el espacio de lo público] que esos indígenas tan denigrados, son portadores de conocimientos que nos pueden ayudar a vivir mejor a todos”.42

De este modo, los textos inscriptos en esta matriz comparten con los trabajos del periodo anterior un abordaje de los espacios y prácticas de comunicación que hace énfasis en el vínculo entre esos medios y las prácticas y los proyectos políticos de los pueblos, donde la liberación de la palabra aparece como condición de ese proceso. Y, al mismo tiempo, avanzan en una reflexión sobre los modos en que se producen los vínculos entre las experiencias de comunicación mediática de los pueblos, comunidades y organizaciones indígenas y los proyectos políticos reivindicatorios vinculados a la etnicidad de los sujetos. En estos casos, los medios de comunicación pertenecientes a los pueblos indígenas son pensados en tanto ámbitos de liberación y legitimación pública de la palabra, de organización política de las comunidades y de configuración de aquellas redes que comienzan a cobrar centralidad para los movimientos indígenas de América Latina en aquel periodo.

En términos metodológicos, algunos trabajos comparten con la etapa anterior el objetivo de la descripción de experiencias de comunicación particulares a partir de intervenciones de los investigadores en ellas, así como la argumentación en torno a la centralidad de esos espacios para favorecer la participación y expresión indígena.43

Otros, en cambio, consisten en sistematizaciones de la diversidad de experiencias de comunicación con participación indígena en una región, buscando de algún modo comenzar a caracterizar el tipo de prácticas, sus objetivos político-comunicacionales, sus trayectorias, sus audiencias, entre otros.44

Simultáneamente, durante aquellos años cobró preponderancia en América Latina otra matriz de investigación denominada “estudios de recepción”: aquella que, bajo la influencia de la hipótesis de “los usos y gratificaciones”, llevó adelante un desplazamiento teórico y metodológico respecto de las matrices preponderantes en la década de los setenta y ochenta. Tal como plantea Guillermo Sunkel, “la preocupación, (dominante en los 70) por el análisis ideológico del mensaje comienza a ser desplazada por una temática radicalmente distinta: la recepción crítica”.45 El autor afirma que dicha noción de recepción crítica viene a constituirse en una suerte de estrategia frente a lo que se concibe como la poderosa influencia de la televisión.

Como parte de esa matriz, hacia principios de los años noventa se realizaron algunos estudios de recepción que buscaron indagar “el papel que cumple la radio [indigenista] en la población de su cobertura y la respuesta de ésta frente a un medio de comunicación que no surge de su propia cultura”.46 Una referencia clave de esa línea de investigación es la tesis de posgrado de Inés Cornejo Portugal,47 quien realizó una encuesta exploratoria para estudiar a la comunidad receptora de emisoras indigenistas de México a partir de conocer los hábitos de la audiencia: el perfil del auditorio y el “uso que dan a la radio en términos de su propia identidad cultural, su música, sus costumbres, y especialmente de su lengua, es decir, cómo se concibe a la radio desde la cultura indígena”.48 En términos generales, se trata de trabajos producidos desde una concepción de las identidades indígenas asumidas como una serie de rasgos culturales que determinarían unos modos de apropiación de las tecnologías de la comunicación.

A modo de cierre de este apartado, es posible afirmar, como anunciamos previamente, que este periodo comprendido entre fines de los años ochenta y mediados de los noventa se constituye en una bisagra entre dos tipos de trabajos. Por un lado, aquellas primeras reflexiones e indagaciones del periodo anterior, formuladas desde la matriz de los estudios sobre comunicación popular, que pensaban a la comunicación en vínculo con los procesos políticos de liberación de la palabra de los pueblos y que estaban, como dijimos, atravesados por la tensión entre la preeminencia de la identidad de clase para pensar las prácticas comunicacionales y la necesidad de comenzar a reflexionar ciertas dimensiones de estas prácticas que no siempre podían adscribirse a dichas identidades de clase. Por otro, se encuentran los textos producidos a partir de fines de la década de los noventa, donde la identidad étnica adquiere preeminencia para pensar a estos sujetos y sus prácticas, al punto que conlleva en muchos casos la omisión de la permanente interacción de estas adscripciones con otras que configuran también la identidad de los sujetos, como la pertenencia a un determinado sector socioeconómico.

Tercer periodo: nuevas vertientes y tensiones en el análisis de la relación entre medios, políticas e identidades

En las últimas décadas asistimos a un notable incremento de los trabajos que abordan a estas experiencias desde el campo de la comunicación, de la mano con la creciente emergencia de medios de comunicación de pueblos indígenas.49

Además, una cuestión a mencionar es que muchos de estos trabajos se realizaron en el marco de investigaciones de posgrado en distintos países de América Latina y de equipos de investigación consolidados en las universidades y con financiamiento nacional o internacional, lo cual confirma la tendencia a la profesionalización del campo a la cual referimos en el periodo anterior.

A su vez, veremos que las particularidades preponderantes de estos trabajos nos remiten a nuevas matrices de pensamiento sobre medios/tecnologías, políticas e identidades que fueron parte del campo científico de la comunicación en el continente durante este periodo.

En términos de caracterización general de ese campo en América Latina, Raúl Fuentes Navarro describe la década de los noventa e inicios del año 2000 como una época marcada por el “abandono de las premisas críticas, sea ante la adopción de la ‘inevitable vigencia’ de las leyes del mercado también en el ámbito de la investigación, sea ante la dispersión de enfoques sobre las múltiples ‘mediaciones’ culturales de las prácticas sociales”.50

Predominan, durante ese periodo, las temáticas sobre globalización y las tecnologías digitales, como las que se centran en identidades microsociales. En las investigaciones latinoamericanas sobre comunicación parece haberse perdido, señala el autor, la profundidad ideológica, lo cual produjo la “caída de la utopía” según la cual la comunicación debía contribuir a la democratización de las sociedades.

En diálogo con ello, identificamos que un elemento común de parte de los trabajos que analizan la comunicación indígena en este periodo es que se centran, principalmente, en abordar las transformaciones que los usos de las tecnologías de la comunicación y la información generan en las identidades, subjetividades políticas, culturas y condiciones de vida de distintos grupos indígenas.

Sin embargo, más allá de esa caracterización muy genérica, en los trabajos que son foco de este periodo identificamos dos vertientes claramente diferenciadas:

a) Sobre brechas digitales y la promesa de la democratización mediada tecnológicamente. Una perspectiva extendida para el estudio de las prácticas de comunicación masiva de los pueblos indígenas se inscribe en la esperanza democratizadora que desde distintos ámbitos se ha depositado durante esos años en la sociedad de la información, asumiendo que los medios, en particular las tecnologías vinculadas a la Internet, habilitarían nuevas modalidades de participación política, de empoderamiento de los grupos indígenas.51 Desde ese lugar y mediante entrevistas y análisis de contenidos en sitios web de pueblos indígenas, realizan abordajes en los cuales dan cuenta de las desigualdades relacionadas al acceso y uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) por parte de esos pueblos —desigualdades que coinciden en llamar, con matices en su definición, brecha digital—; describen casos de organizaciones o comunidades que han utilizado esas tecnologías en sus procesos de lucha, y, comenzando con esos casos que darían cuenta del potencial de las TIC cuando los indígenas logran acceder a ellas, se proponen políticas públicas tendientes a propiciar la participación de los pueblos indígenas de cada región en la sociedad de la información.

También hallamos trabajos que se focalizan en dar cuenta de los modos de uso de las tecnologías y las desigualdades que ello genera, así como las condiciones legales para la reversión de esas desigualdades en el caso de grupos indígenas. Encontramos, por un lado, abordajes que se centran en la caracterización de la estructura de propiedad del sistema de medios de un país y la participación de los indígenas en él52 y que realizan un aporte clave al caracterizar parte de las desigualdades expresivas que configuran los sistemas de medios en distintos países de América Latina.

Particularmente, aquí encontramos trabajos motivados por analizar las demandas de medios de comunicación propios planteadas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) desde su primer alzamiento en 1994 y los acuerdos a los que el EZLN llegó con el Estado mexicano en esta materia.53 Estas publicaciones indagan las razones por las cuales aquellas demandas y acuerdos no se plasmaron en efectivas políticas públicas que garantizaran el acceso de los pueblos indígenas a medios masivos de comunicación propios.54

Motivados en gran medida por este mismo movimiento indígena, encontramos también investigaciones que aluden a los medios (sobre todo a la Internet) como herramientas de difusión de mensajes al servicio de las luchas de estos pueblos, específicamente como plataformas para transmitir mensajes que tendrían un impacto en la opinión pública.55 Estos trabajos se desarrollan a partir de la caracterización y los análisis de contenidos en sitios web de pueblos indígenas.

b) Políticas de identidad, desigualdades expresivas y luchas por el espacio público. Finalmente, desde inicios y sobre todo mediados de la segunda década del siglo XXI, enmarcados en un enfoque cultural y político sobre los medios y en el interés por indagar los procesos de configuración de identificaciones en el espacio público mediatizado, se produjeron trabajos que aportan pautas teóricas y metodológicas centrales para el abordaje de este objeto.56 Esta vertiente de investigación sobre la comunicación indígena se va consolidando como la más extendida durante la última década en América Latina.

Muchos de estos textos se inscriben en el consenso que adquirieron, en la antropología y en las ciencias sociales, las teorías performativas de la identidad (desde las cuales se asume el carácter descentrado de los sujetos y se piensan las identidades en tanto fragmentadas, flexibles y disputadas). En ese marco, cobran centralidad nociones como “negociación de identidades” o “políticas de identidad”, ya que los autores coinciden en afirmar que los medios se constituyen en espacios fundamentales de negociación en las disputas político-identitarias libradas por los pueblos indígenas.

De este modo, a la vez que reconocen y analizan extensamente los contextos de desigualdades expresivas en que los medios hegemónicos han sumido a los indígenas, se abordan —desde enfoques epistemológicos vinculados a las diversas visiones de los estudios decoloniales y las epistemologías del sur; abordajes teóricos transdisciplinares, y propuestas metodológicas que priorizan la perspectiva de los actores e incluso la producción colaborativa de conocimiento, recuperando los sentidos y narraciones que cada experiencia construye sobre sí misma— las prácticas de comunicación mediática que estos pueblos desarrollan para disputar sentidos en torno a la indigeneidad. Entendemos que este tipo de abordaje se inscribe en la preeminencia de la perspectiva decolonial surgida en la década de los noventa, a la cual alude Erick R. Torrico Villanueva, y que según el autor ha abierto una ruta intelectual que en América Latina viene removiendo los cimientos del conocimiento establecido para reinterpretarlos desde un lugar de enunciación distinto:

Se trata, pues, de un pensamiento crítico remozado y propositivo que no solo extiende los objetivos de reconocimiento, justicia y democratización a los planos epistemológico y teórico, además del político, sino que a la vez propone una reconsideración de las historias, los saberes y los haceres situados junto a una reontologización de sus protagonistas marginalizados.57

Desde esos posicionamientos epistémicos, los trabajos a los que referimos en este apartado ponen en cuestión concepciones instrumentales en relación a los medios y, en términos generales, los modos de pensar los vínculos entre la mediatización y la política, planteando que “el espacio mediático y la apropiación de herramientas de comunicación son algunos de los ámbitos en los que los pueblos indígenas están ejerciendo un papel activo, renovador y de redefinición de lo que son, han sido y quieren ser, planteando nuevos proyectos civilizatorios que son negados por la civilización eurocéntrica y moderna”.58

Entonces, en términos generales, estos trabajos problematizan dos dimensiones clave de estas prácticas y experiencias de comunicación indígena: por un lado, qué sentidos sobre las identidades étnicas se construyen desde esos espacios de comunicación indígena y con qué otros actores se disputan esos sentidos y, por otro, abordan la complejidad de las relaciones entre el uso de medios y las luchas indígenas, dando cuenta de que esa relación no refiere solo a luchas que se dan desde el espacio público mediatizado sino también por ese espacio en términos de derechos a la comunicación.

A modo de cierre

Las trayectorias de investigación sobre la temática que nos ocupa han ido transformándose, en diálogo con el creciente desarrollo y visibilización de las experiencias de comunicación indígena y los procesos etnopolíticos en que ese desarrollo va teniendo lugar, y también alrededor de las (re)configuraciones de las matrices de pensamiento que se han desarrollado en el campo científico de la comunicación en América Latina durante los periodos analizados.

En ese sentido, es posible notar cómo fueron transformándose los modos de nombrar tanto a los sujetos de estas prácticas de comunicación —desde un primer momento en que primaron identidades de clase hasta los últimos periodos en que se abordan las identidades étnicas como tramas que configuran sentidos y prácticas en torno a los medios y tecnologías—; como los modos de analizar a los medios y las tecnologías en el marco de los procesos políticos identitarios que protagonizan esos sujetos —desde concepciones difusionistas e instrumentalistas a entenderlos como espacios que tienen inscriptas condiciones desiguales de expresión, pero que a la vez constituyen ámbitos clave para la transformación de esas condiciones—.

Durante los últimos años es posible notar, en las trayectorias investigativas sobre esta temática, transformaciones teóricas y metodológicas donde prima la transdisciplinariedad y los enfoques decoloniales como opción para el estudio cada vez más complejo de este fenómeno.

Tal como anticipamos en la introducción de este texto, el análisis que aquí propusimos se fundamenta en el convencimiento de que la comprensión de la cultura contemporánea requiere articular sistemáticamente el análisis de los procesos históricos donde emergen y se desarrollan las técnicas y prácticas comunicativas, con el análisis de las nociones provenientes de las áreas del conocimiento que posibilitaron dicha emergencia.

En ese sentido esperamos haber contribuido al análisis del tejido de significados y referencias de que está hecha la trayectoria conceptual sobre la comunicación indígena, asumiendo que “poner en historia los términos en que se formulan los debates es ya una forma de acceso a los combates, a los conflictos y luchas que atraviesan los discursos y las cosas”.59


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