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Exclusiones/Exclusions: El papel de la historia en saldar la deuda histórica del campo

Published onJun 22, 2022
Exclusiones/Exclusions: El papel de la historia en saldar la deuda histórica del campo
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Traducción de William Quinn


Resumen

En esta introducción para la sección especial sobre “Exclusiones en la historia de los estudios de los medios de comunicación”, comenzamos llamando la atención sobre el papel constitutivo que la exclusión ha desempeñado en la historiografía de los estudios de los medios de comunicación. Las exclusiones relacionadas con el género, la raza, la lengua, el colonialismo, la ubicación geopolítica y los privilegios sancionados institucionalmente desempeñan un papel importante en la configuración de los relatos formales e informales del pasado de nuestros campos. El proyecto de reversión y recuperación se basa en el pensamiento poscolonial y decolonial, en las críticas raciales y afrocéntricas, en los estudios feministas y en la crítica geopolítica. Uno de los objetivos es provincializar gran parte de la historiografía de los estudios de los medios de comunicación. Inspirándonos en los movimientos críticos contemporáneos que se interrelacionan profundamente, identificamos cuatro tareas urgentes para la historia de los estudios de los medios de comunicación: 1) poner en evidencia el estado actual de los campos académicos, 2) crear colaboraciones internacionales que reconfiguren lo que se ha considerado como “centros” y “periferias” en los estudios sobre los medios de comunicación, 3) encontrar formas de resistencia a la creciente hegemonía del inglés en el sistema global de conocimiento, y 4) apoyar una infraestructura de publicación abierta y sin ánimo de lucro. Proponemos que una historiografía informada por la comprensión constitutiva y contingente de la exclusión representa un importante camino a seguir para la historia de los estudios de los medios de comunicación.


Las historias y las realidades actuales de los campos académicos se constituyen mutuamente. Los patrones de exclusión que nos llegaron como legado de nuestros diversos pasados suelen persistir, como vicios, en nuestras prácticas actuales como profesionales dedicados a la investigación, docencia, administración, y también como colegas. Estos patrones asumen formas muy conocidas y otras nuevas, a la vez que los agentes de cambio hacen el trabajo pesado de señalarlos y buscar alternativas más inclusivas. Esto aplica de manera general a las prácticas académicas, pero en esta introducción y en la sección especial que sigue, queremos enfocarnos en un conjunto particular de exclusiones: las vinculadas a las memorias colectivas de los pasados de nuestros campos y a las historias formales que se han escrito sobre ellos. Si no se hacen esfuerzos explícitos, las exclusiones implicadas con el género, la raza, la lengua, el colonialismo, la ubicación geopolítica y el privilegio avalado institucionalmente se reproducirán en los relatos formales e informales que se hagan de los pasados de nuestros campos. Asimismo, si hemos de comprender las inequidades que condicionan los campos académicos contemporáneos, necesitamos hacer más por iluminar exactamente cómo surgieron y se perpetuaron históricamente, y necesitamos prestar más atención a los lugares, las personas y los temas que han sido marginados de nuestras memorias colectivas. Eso precisamente era la intención de una preconferencia virtual de la Asociación Internacional de Comunicación (ICA) celebrada en mayo de 2021, “Exclusions in the History and Historiography of Communication Studies”, (“Exclusiones en la historia y la historiografía de los estudios de comunicación”) donde se leyeron y comentaron borradores de los ensayos publicados aquí. Esta introducción tiene el propósito de ubicar en su perspectiva histórica esa preconferencia y otros esfuerzos afines, y de situar los ensayos dentro de la historiografía reciente de los estudios de los medios y la comunicación.

En la reunión de 2021 se vio reflejado un momento más amplio de la historia de las ciencias sociales y humanidades (CSH), mismas que se encuentran insertas desde luego en las sociedades más amplias que las configuran. Ese momento, cuya historia se contará algún día, lleva las huellas del reconocimiento generalizado que se está llevando a cabo ante las hegemonías e inequidades sistémicas presentes en el trabajo académico. La palabra clave aquí es generalizado. Los miembros de grupos marginados dentro de las CSH siempre han experimentado la inequidad, como se ha señalado en críticas incisivas publicadas desde la década de los sesenta y setenta, si no es que desde antes. En estas intervenciones añejas se han planteado múltiples interrogatorios: ¿cuáles temas, métodos y paradigmas ocupan un lugar central, y cuáles han sido ignorados o marginados? ¿cómo es que investigadores, así como la investigación misma, de Estados Unidos y otros países del Norte Global acumulan ventajas sistemáticas que dejan marginado o de plano invisibilizado al Sur Global? ¿y cómo es que quienes se han dedicado a la academia minorizados acumulan a su vez desventajas sistemáticas?1¿cómo es que quedan marginados en las redes sociales de hombres blancos que ostentan posiciones de poder? ¿cómo se les carga trabajo adicional, típicamente sin reconocimiento? ¿cómo quedan asignados a ámbitos de conocimiento donde otras personas como ellos han sido excluidas de los cánones de los textos clásicos y los ”padres fundadores” del campo? ¿cómo han sido relegados a publicar trabajos que luego no se citan o se quedan en el olvido? Como lo esbozaremos aquí, se trata de prácticas sociales que han sido señaladas y criticadas por más de medio siglo, pero muy pocos han tenido oídos para escuchar estos señalamientos. Más recientemente, sin embargo, las intervenciones críticas han tomado más ímpetu —entrelazadas e imposibles de ignorar por parte de los que ocupan los centros hegemónicos de los campos—.

Una breve genealogía del presente

Es importante señalar las líneas de intervención que nos han traído a esta coyuntura, en parte porque apenas si se han reconocido en los esfuerzos actuales por saldar la deuda histórica del campo. Uno de los vectores está conformado por las críticas geopolíticas de las CSH expresadas por primera vez a finales de los años sesenta y en los setenta. Los relatos de imperialismo, neocolonialismo y dependencia académicos se abrevaron de versiones más amplias de la teoría de la dependencia y de las refutaciones de los planteamientos dominantes de la modernización.2 Estos relatos iban de la mano de los esfuerzos realizados en el Sur Global por desarrollar ciencias sociales “indígenas”, es decir, conocimientos construidos a partir de epistemologías desarrolladas desde las tradiciones culturales locales, en vez de refractadas a través de los paradigmas dominantes del Norte.3 Cuando en los años noventa y a inicios del año 2000 las personas que estudiaban los medios en Europa Occidental y Estados Unidos hicieron esfuerzos encaminados a “desoccidentalizar” e “internacionalizar” los estudios de medios, rara vez vinculaban sus esfuerzos a estas tradiciones más amplias. Como observa Wendy Willems, sus intenciones “tenían que ver más con extender la cobertura de las indagaciones académicas de los medios y la comunicación a países que no solían incluirse en el canon occidental que con cuestionar la centralidad de la teoría occidental”.4 Consecuencia irónica de los llamados a “desoccidentalizar” el campo era que se quedaban ocultadas tradiciones intelectuales de África y otras regiones. Cuando provienen de estudiosos aventajados del Norte Global, los llamados a desoccidentalizar amenazan con borrar las historias locales, reproduciendo sin querer patrones coloniales añejos. De hecho, estamos conscientes de que esta misma introducción puede caer en la misma dinámica, por lo que tenemos muy presente el riesgo.

En las décadas más recientes, las críticas geopolíticas de las CSH globales han tomado bastante ímpetu fuera de los estudios de comunicación y medios y, más en estos últimos años todavía, dentro de ellos. Los pensadores poscoloniales y decoloniales han provincializado las aspiraciones universalistas de la modernidad europea, incluidas sus normas de racionalidad y conocimiento, vinculándolas a “las historias más generales de colonialismo, imperio y esclavización”, en palabras de Gurminder K. Bhambra.5 Estas críticas se traslapan con tradiciones intelectuales Indígenas, bien establecidas y crecientes, de activismo, análisis crítico y formas de conocimiento y cultura que representan alternativas contrahegemónicas al pensamiento colonial occidental.6 Del pensamiento decolonial e indígena ha surgido una nueva ola de teoría académica de la dependencia.7 Dicha ola se suma al coro de voces que denuncian los impactos de la globalización neoliberal en la producción académica y en las jerarquías de estatus geopolítico. Como se ha demostrado en múltiples estudios, el ranking global de universidades, revistas especializadas y factores de impacto favorece a Estados Unidos y Europa Occidental.8 Estos rankings se vinculan a su vez a la creciente hegemonía del inglés como lingua franca para las ciencias sociales internacionales y las presiones resultantes por publicar en inglés, situación que empieza a cuestionarse.9 Los métodos cuantitativos de análisis de redes a gran escala han fortalecido estos esfuerzos recientes al proporcionar nuevas herramientas para destacar las inequidades sistémicas entre los centros y las periferias globales en términos de publicaciones, tasas de citación, integración de juntas editoriales y asociaciones profesionales internacionales.10

Entrecruzándose con estas críticas geopolíticas globales, en los años sesenta y setenta estudiosos negros empezaron a desarrollar críticas afrocéntricas y de otras perspectivas raciales con respecto a las formas euronorteamericanas del conocimiento que predominaban. En Estados Unidos se establecieron los programas de estudios negros a finales de los sesenta, tanto en los Colegios y Universidades Históricamente Negros (HBCU) como en instituciones mayoritariamente blancas.11 Su fundación se debió a una mezcla de oposición intelectual y política a las epistemologías y metodologías dominantes, un compromiso con una teoría del conocimiento como vehículo para el cambio social, y una exigencia de que la educación superior prestara un servicio más eficaz a las comunidades negras.12 Por ejemplo, el Instituto para un Mundo Negro, ubicado en Atlanta, atrajo a intelectuales de la diáspora negra, entre quienes se encontraban Sylvia Wynter y C.L.R. James de la región caribeña. El instituto impulsó un esfuerzo transnacional alineado con el llamado lanzado por Franz Fanon en 1965 de “probar nuevos conceptos y tratar de poner en pie un hombre nuevo”.13 El concepto de diáspora africana, que tenía sus raíces en los panafricanismos de Marcus Garvey y W.E.B. DuBois, surgió en una reunión del Congreso Internacional de Historiadores Africanos celebrada en Tanzania en 1965.14 El movimiento tomó impulso en el campo de la comunicación oral en Estados Unidos, donde en 1968 estudiosos afroamericanos formaron un Bloque Negro dentro de la Asociación de Comunicación Oral de América (Speech Association of America), y en 1972 celebraron una Conferencia de Comunicación Negra.15 En la década de los ochenta algunos de sus integrantes organizarían congresos mundiales sobre la Comunicación Negra que convocaban a un elenco internacional de investigadores. Uno de los líderes del Bloque Negro fue Arthur L. Smith, quien adoptó el nombre de Molefi Asante al visitar la Universidad de Ghana en 1973 y desarrolló algunas de las primeras y más influyentes críticas afrocéntricas de las teorías occidentales de la comunicación.16 Más allá de los estudios de la comunicación, la crítica y teórica cultural Sylvia Wynter, la socióloga Patricia Hill Collins y el filósofo Charles W. Mills publicaron en los años ochenta y noventa obras que resultarían fundamentales para la siguiente generación de críticas raciales de las formas europeas del conocimiento que predominaban, y de las comunidades académicas que las perpetuaban.17

Desde otros ámbitos sociales e intelectuales, las investigadoras feministas expusieron sistemas de exclusión en las CSH, organizados por los ejes de género, sexualidad e interseccionalidad. Esa historia empieza a configurarse en los sesenta y setenta al arraigarse los movimientos de mujeres y la segunda ola del feminismo en varias regiones del mundo. Estos acontecimientos se dieron de manera diversa en diferentes culturas y contextos nacionales, y su historia global en la academia está pendiente de escribirse. En algunos espacios y durante la década de los setenta, empezó a aumentar el número de mujeres que ocupaban puestos académicos. Formaron bloques de mujeres dentro de las asociaciones profesionales, y estos bloques, junto con los del movimiento LGBTQ emergente, comenzaron a desafiar la segregación por género en las conferencias académicas a la vez que brindaban redes de apoyo para compartir experiencias de marginación, inequidad y lucha cotidiana.18

En los años setenta y ochenta, feministas de todos los campos de las CSH lanzaron críticas incisivas por los presupuestos que se daban por sentados en sus disciplinas y buscaron reorientar los objetos y procesos de conocimiento. De ahí surgió un interés por investigar de manera sistemática las dinámicas de la producción del conocimiento dentro de los campos académicos, aplicándose conceptos como los “conocimientos situados” de Donna Haraway y el “efecto Matilda” de Margaret Rossiter, que resultaron ser poderosas herramientas transdisciplinares.19 Sue Curry Jansen aprovechó estas ideas para abrir espacios críticos donde se planteaba el género como elemento constitutivo, y no contingente, de la historia de los campos de la comunicación y su (re)producción dinámica del conocimiento y poder en la actualidad.20 Al mismo tiempo, a finales de los ochenta, retomando lo que Patricia Hill Collins llamara el reconocimiento añejo de “la naturaleza imbricada de raza, género y clase” en el pensamiento feminista negro, Kimberlé Crenshaw formuló el concepto de interseccionalidad que ha servido como lente esencial para investigar los enmarañamientos de género, raza, clase y otras posicionalidades.21

¿Cómo han incidido las críticas geopolíticas, raciales y feministas de los campos de conocimiento en las historias escritas de los estudios de medios y comunicación? Su impacto ha sido lento e indirecto. Primero, cabe señalar que antes de la década de los noventa no existía un conjunto significativo de trabajos sobre la historia de estos campos sino solo esfuerzos aislados y el mito de los “padres fundadores” y los hijos críticos que los mataron de manera simbólica.22 En una revisión sistemática de la literatura en inglés dos décadas después se encontró un abrumador enfoque geográfico en las personas e ideas provenientes de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Alemania.23 El Sur Global y otras regiones apenas figuraban para los estudiosos de habla inglesa. Si bien no contamos con un análisis así de sistemático del género y la raza de quienes merecieron mención en los escritos existentes, nos atrevemos a afirmar que la literatura histórica resulta aún más abrumadoramente enfocada en los hombres blancos de ascendencia europea. Además, existe un conjunto pequeño, pero creciente, de trabajos sobre integrantes de grupos minorizados. La historia de las mujeres y el género es la más desarrollada y remonta a los años noventa, aunque el registro dista de estar completo y le falta un enfoque internacional y comparativo más amplio.24 Luego está la literatura creciente sobre la historia de los estudiosos negros y las estructuras racializadas de los estudios de comunicación y medios, si bien de nuevo queda mucho trabajo por hacer.25

Hasta hace poco, las críticas geopolíticas rara vez ofrecían guías explícitas para escribir las historias del campo, aunque existe un conjunto significativo de trabajos que podrían apoyar el esfuerzo reorientando nuestro imaginario global más allá de su centro tradicional en Estados Unidos. En las últimas dos décadas se han visto tendencias hacia marcos más transnacionales y hasta globales para abarcar el desarrollo histórico de los estudios de comunicación y medios.26 Dichas tendencias se enmarcan dentro de movimientos más amplios en la historia y sociología de las CSH.27 Los marcos transnacionales y globales abren la posibilidad de mapear las líneas de la hegemonía de Estados Unidos tras la segunda guerra mundial y, a la vez, de provincializar la versión norteamericana del campo. Resulta crucial reconocer que existen tradiciones alternativas de educación e investigación del periodismo, el cine, la radio, la televisión y otras formas de lo que en América Latina llegó a conocerse como comunicación social. Ver la comunicación como un campo norteamericano —lo suelen hacer tanto los entusiastas como los críticos— implica ignorar, por ejemplo, la Zeitungswissenschaft alemana y la Publizistik europea de la posguerra, pues ambas brindaban modelos alternativos de alcance transnacional.28 Asimismo, implica ignorar las tradiciones católicas que han dejado una huella profunda, como el caso de la educación jesuita en América Latina.29 Por otro lado, existe una larga tradición de investigación sobre la comunicación desde perspectivas marxistas; tiene sus raíces intelectuales en los movimientos independentistas del siglo XIX, luego tuvo un impulso fuerte gracias a la revolución cubana de 1959 y se enriqueció en los años sesenta y setenta con lecturas de Antonio Gramsci y la teoría de la dependencia.30 Aunque menos desarrolladas que las de América Latina, hay tradiciones intelectuales análogas en el África post-independencia y en el mundo árabe, forjadas a su vez por el rechazo de los paradigmas de la modernización y el impulso hacia alternativas comprometidas con la indigenización, la africanización y la unión panárabe.31 La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el movimiento de países no alineados y la Asociación Internacional de Estudios en Comunicación Social (AIECS) jugaron papeles globales en la circulación de ideas y el desarrollo de redes sociales entre investigadores del Sur Global y aliados izquierdistas en el Norte; la antigua República Democrática Alemana desempeñó un rol similar, junto con otros países del antiguo bloque soviético que mantuvieron una fuerte presencia en la AEICS durante la guerra fría, así como sus propias tradiciones dentro del diálogo transnacional cargado de tensión política, sin hablar de las nuevas complicaciones que surgieron después de 1989.32 Si hemos de desarrollar una comprensión más compleja de las líneas contemporáneas de hegemonía geopolítica y exclusión en los estudios de comunicación y medios, debemos incorporar todo lo que sabemos acerca de las historias globales heterogéneas de dichos campos y gran parte de ellas no se encuentra publicada en inglés.

Saldar la deuda histórica ahora

En el momento contemporáneo se han enredado las críticas geopolíticas, raciales, feministas y con perspectiva de género que han circulado durante décadas, a la vez que se han convertido en una reivindicación cada vez más difícil de ignorar por parte de quienes ocupan los centros hegemónicos. Los estudios de medios y comunicación, junto con otros muchos campos académicos, han tenido que lidiar con un reconocimiento tardío de los patrones sistémicos de exclusión e injusticia implicados en su misma constitución como campos. Esto se ha visto impulsado en parte por el desarrollo constante de líneas de pensamiento añejas. Si bien antes ciertas líneas de crítica geopolítica y racial podían hacer caso omiso de la perspectiva de género, y los feminismos blancos podían desatender cuestiones de raza, ahora estas líneas se animan mutuamente y se enriquecen de otras corrientes de teoría social crítica. Juntas nos brindan nuevos vocabularios y sensibilidades intelectuales, en tanto que el reconocimiento que ocurre en el campo se está viendo impulsado por otros reconocimientos más grandes que se han dado a nivel de sociedad y a escala global. Para nombrar solo algunos: el movimiento Black Lives Matter que surgió en 2013 en Estados Unidos ya se había convertido en fenómeno global en 2016, poniendo sobre la mesa formas persistentes de racismo en todo el mundo, y en mayo de 2020 llegó a otro nivel con el asesinato de George Floyd. En la primavera de 2015 se lanzó en Sudáfrica la campaña #RhodesMustFall para protestar la persistencia del legado colonialista en la educación superior; la campaña dio impulso a un creciente movimiento multilateral que pretende decolonizar e indigenizar el conocimiento en el mundo. Las Marchas de Mujeres de enero de 2017, organizadas para el día posterior a la inauguración de Donald Trump, galvanizó la atención del mundo sobre temas de género y los nuevos embates a los derechos y el bienestar de mujeres y gente LGBTQ. Para el otoño de 2017, #MeToo, iniciado en 2006 por la activista negra Tarana Burke, tomó vuelo cuando lo enarbolaron actrices blancas de Hollywood. Rápidamente se volvió global, convirtiéndose en grito de guerra para los esfuerzos por visibilizar y combatir el fenómeno ubicuo, a menudo silenciado, del abuso y acoso sexual, junto con los sistemas patriarcales de poder que lo fomentaban. Simultáneamente, ante el surgimiento de nuevos etnonacionalismos y supremacías blancos vinculados a populismos derechistas, los liberales y progresistas voltearon su mirada al poder y privilegio sistémicos de la blanquitud.

Estas son algunas de las corrientes que han impulsado las críticas recientes de los estudios de comunicación y medios con respecto al género, la raza, la sexualidad, el lenguaje, la colonialidad y la ubicación geopolítica. Son demasiadas para quedar resumidas aquí, por lo que solo señalaremos algunos hilos clave. En su último número de “Ferment in the Field” (“Fermento en el campo”), la Journal of Communication publicó el ensayo “#CommunicationSoWhite”, un análisis crítico de los patrones racializados de publicación en revistas de la ICA y de la Asociación Nacional de Comunicación (NCA) de Estados Unidos, que ha detonado conversaciones a nivel internacional.33 En otros trabajos se ha examinado lo que Vicki Mayer et al. llaman “la terca persistencia del patriarcado en los estudios de comunicación”.34 Los latinoamericanos han llevado la batuta en las críticas decoloniales del campo, extendiendo una tradición de más de cinco décadas.35 Forman parte de una nueva ola de esfuerzos decolonizantes que atraviesan subcampos de los estudios de comunicación y medios, y abarcan distintas regiones del mundo, las que, a su vez, se entrelazan con el pensamiento reciente sobre el proyecto de “desoccidentalización”.36 Las intervenciones adoptan formas diversas, incluyendo una renovada atención crítica a las políticas y prácticas excluyentes de las sedes de las conferencias y su preferencia por investigadores provenientes de instituciones ricas del Norte Global.37 Los esfuerzos son variados y van en aumento.

Exigencias: las necesidades del momento

En esta empresa crítica multidimensional, que History of Media Studies apoya en su totalidad, quedan pendientes muchos tipos de trabajo. En el sentido más amplio, necesitamos expandir nuestras imaginaciones cosmopolitas a la vez que habitamos los lugares particulares de cincuenta años de crítica y activismo que han arrojado luz sobre las inequidades y la violencia epistemológica de los sistemas dominantes del conocimiento. Esto implica reconocer cómo estas inequidades se (re)producen en textos, encuentros y prácticas particulares. Simultáneamente debemos explorar cómo esas instancias concretas se vinculan comunicativamente o corresponden a situaciones análogas en otros lugares y tiempos, lo que nos exigirá reconocer las conexiones entre los campos académicos y la sociedad, con una apreciación minuciosa de las distintas orientaciones normativas que surgen en cada ámbito. La crisis del periodo actual brinda una oportunidad inusual para hacer ajustes en los niveles más fundamentales de la práctica. El trabajo de las personas históricamente otrerizadas, ayudadas por aliados, ha puesto sobre la mesa los problemas y posibilidades del momento. Hace tiempo que quienes pertenecemos a grupos históricamente privilegiados tendríamos que haber hecho más para sacar adelante este proceso —reconociendo el peligro de que en nuestros intentos simplemente volvamos a configurar las líneas tradicionales del poder y de la ignorancia privilegiada—. Hará falta algún tipo de división flexible de trabajo en esta empresa, vinculada a posicionalidades, lugares institucionales, pericias y capacidades.

Sentimos que entre las muchas necesidades del presente hay cuatro en particular que se intentaron (y se siguen intentando) abordar en la preconferencia de 2021, en esta sección especial de ensayos y en la revista History of Media Studies. Ni de lejos responden a la amplia gama de cuestiones señaladas en las críticas basadas en la geopolítica, la colonialidad, la raza, el género, la sexualidad y la discapacidad. No obstante, creemos que podrán contribuir al esfuerzo más amplio, cada una a su manera. Ellas son: (1) la necesidad de remarcar con mayor nitidez el trasfondo histórico del estado actual de los campos académicos, (2) la necesidad de construir colaboraciones internacionales que reconfiguren lo que se ha acostumbrado señalar como los “centros” y “periferias” en los estudios de medios, (3) la necesidad de encontrar maneras de poner resistencia a la creciente hegemonía del inglés en el sistema global de conocimiento, y (4) la necesidad de apoyar una infraestructura de publicación abierta y sin fines de lucro. Ninguna de estas necesidades es fácil de atender. Hay resistencia a cada una de ellas integrada en las prácticas e instituciones que estructuran nuestros campos en la actualidad. Y ninguna ha recibido la debida atención en el momento actual en que se intenta saldar la deuda histórica.

Raíces históricas

Primero, la necesidad de remarcar con mayor nitidez el trasfondo histórico del presente: con notables excepciones, las críticas recientes del campo y de las disciplinas de la investigación de comunicación y medios en su conjunto son de enfoque marcadamente contemporáneo.38 Cabe notar que con este presentismo no se trata del universalismo atemporal de las ciencias sociales positivistas y postpositivistas, pues surgió de los análisis de estudiosos críticos ampliamente comprometidos con las formas dialécticas y situadas de historicidad. Autores de intervenciones recientes reconocerían que los fenómenos que critican surgieron de procesos históricos que les dieron forma. No obstante, en sus obras por lo general no han tenido el cuidado de contemplar las dinámicas históricas de la exclusión y la marginación presentes en la misma construcción y evolución de los campos de medios y comunicación. Una explicación de este descuido de la dimensión histórica es la división del trabajo experto que caracteriza a la academia moderna. Otra es la urgencia apremiante del presente. De ahí que críticas que en otros aspectos resultan bastante convincentes ofrezcan los mismos relatos superficiales del pasado de los campos que se reproducen en los libros de texto desde que Wilbur Schramm propuso su mito de los “cuatro fundadores” en los años sesenta, seguidos por los asesinatos simbólicos realizados por los estudiosos críticos en los años setenta y ochenta.39 Es decir, los críticos corren el riesgo de reproducir los clichés historiográficos que, en su engañosa simplicidad, han contribuido a las estrechas autoconcepciones que se manejan en los campos.

A fin de contrarrestar este presentismo, en el momento actual de reconocimiento se requieren por lo menos tres tipos de especificidad histórica. Primero, necesitamos analizar críticamente las dinámicas por las que la heteromasculinidad euronorteamericana blanca capturó y mantuvo el centro hegemónico del campo a partir del periodo de entreguerras. Asimismo, necesitamos hacer más por recuperar y centrar las experiencias de los integrantes minorizados del campo y resistirnos a aceptar los recuerdos colectivos totalizantes que irónicamente ocultan sus maniobras complejas ante la hegemonía masculinista blanca, así como sus aportes a la producción histórica del campo. Por último, necesitamos resistirnos a aceptar las narrativas por igual totalizantes en las que se caracteriza la investigación de comunicación y medios como “un campo norteamericano” y se pasan por alto las ricas historias de las indagaciones en América Latina, África, Asia del Este y Europa —cada región con sus tradiciones intelectuales propias y sus complejas maniobras ante la hegemonía de la investigación de corte norteamericano—. La historiografía revisionista, así como los relatos más establecidos publicados en lenguas que no son inglés, ya ofrecen recursos para los tres tipos de especificidad, pero nos falta más investigación sobre lugares geopolíticos y grupos sociales específicos, con todo y sus imbricaciones con las historias que ya se han contado de manera más cabal.

Colaboraciones internacionales

Segundo, debemos seguir construyendo colaboraciones internacionales más robustas e incluyentes. A diferencia de la relativa falta de historia en las críticas contemporáneas, existen muchos ejemplos de analistas que trascienden las fronteras nacionales al rastrear los patrones de género, raciales, coloniales y geopolíticos que siguen estructurando nuestros campos. Vemos esfuerzos importantes al interior de nuestras asociaciones profesionales, en los congresos grandes y más pequeños, en números especiales de revistas especializadas y en investigaciones y publicaciones individuales. Sin embargo, hay que reconocer a la vez la persistencia de hábitos y estructuras institucionales añejos que complican nuestros esfuerzos. No sorprende que algunos resultan especialmente evidentes en el campo de Estados Unidos, por ser el centro geopolítico de habla inglesa (al menos así lo vemos nosotros), con toda la arrogancia e ignorancia que eso conlleva. De una estrechez implacable, la NCA juega un papel importante en este sentido; hasta su nombre carente de especificidad parece querer adjudicarse primacía sobre las demás asociaciones académicas de alcance nacional. Ciertamente, sus integrantes ven las cosas de otro modo y han hecho un trabajo esencial a nombre de la NCA en sus revistas, congresos, listas de distribución y otras conversaciones en redes sociales al abordar temas de blanquitud, raza, género y hasta cierto punto colonialidad. Sin embargo, estos mismos integrantes tienden a enfocarse en el ámbito de Estados Unidos en su investigación y redes sociales; suelen ser además monolingües y a menudo inconscientes de cómo su propia particularidad cultural incide en sus análisis críticos. En las revistas de la NCA colaboran casi exclusivamente personas ubicadas en Estados Unidos, tanto en las juntas editoriales como entre los autores.40 Existen desde luego en otras partes del mundo el mismo tipo de mecanismos que estructuran culturas, redes e instituciones intelectuales bajo una lógica nacional y pueden tener el mismo efecto de impedir la colaboración internacional. Además, existen los grupos minorizados dentro de todas las regiones del mundo y quedan excluidos de participar de manera plena y equitativa debido a los sistemas de género, raza, etnicidad, sexualidad y dis/capacidad. A lo que vamos es que necesitamos concertar experiencias y capacidades diversas, provenientes de diferentes partes del mundo, a fin de comprender la constitución de sistemas globales de conocimientos y necesitamos crear espacios más equitativos para que los estudiosos minorizados dentro de las regiones del mundo escriban desde sus propios lugares y en sus propios términos.

Contra la hegemonía del inglés

Tercero, si hemos de llevar adelante el actual reconocimiento y desarrollar a nivel global un campo más equitativo y cosmopolita, deberemos encontrar maneras de poner resistencia a la hegemonía del inglés y la investigación en lengua inglesa. Se trata evidentemente de un factor más que limita las colaboraciones internacionales más robustas, aunque es más que eso. Como afirma Afonso de Albuquerque, a partir de la década de los noventa el inglés se ha vuelto más poderoso a escala global en los estudios de comunicación y medios, impulsado por “el surgimiento de un orden mundial unipolar” y la aceleración de la globalización neoliberal.41 Conforme el inglés consolidaba su lugar como la lingua franca indiscutible de las ciencias sociales internacionales, se privilegiaban los hablantes nativos del inglés a la vez que se abrían espacios para estudiosos provenientes de países ricos del norte de Europa y otros que habían contado con los medios para dominar el idioma.42 La hegemonía lingüística agrega otra capa de poder y privilegio para las revistas de Estados Unidos y Reino Unido, con sus juntas editoriales de habla inglesa, que dominan los rankings en los campos de la comunicación y las ciencias sociales.43 El acelerante dominio del inglés ha contribuido a invisibilizar en Estados Unidos y Europa la robusta tradición latinoamericana de estudios de comunicación.44 Se puede abordar la hegemonía global del inglés como imperialismo lingüístico, vinculado a lo que los lingüistas han denominado como lingüicismo —prácticas con fundamento ideológico que perpetúan la repartición desigual de recursos y poder entre grupos con base en el idioma—.45 Toca encontrar maneras de abordar el imperialismo lingüístico sin marginar a las personas que viven en países de habla inglesa y que han carecido del capital cultural para aprender una segunda lengua.

Aceptar como condición inalterable el dominio de la producción académica anglófona sería una claudicación. La traducción y la interpretación son herramientas necesarias para el trabajo que proponemos. Aunque ambas pueden resultar imprácticas por caras, se están desarrollando herramientas prometedoras de traducción automática, como DeepL, y muchas plataformas que facilitan las reuniones en tiempo real (incluyendo Zoom) permiten la interpretación simultánea. Por supuesto, no existe una solución técnica fácil para el problema del lingüicismo, pero uno de los obstáculos más relevantes a la superación del problema —el supuesto de que la traducción e interpretación son innecesarias o inalcanzables— resulta manifiestamente falso.

Publicación de acceso abierto

En cuarto y último lugar, necesitamos promover el acceso igualitario a la producción académica, para lectores y autores por igual. La industria editorial académica, dominada por un puñado de empresas gigantes del Norte Global, ha ayudado a agudizar la geografía de exclusión al restringir el acceso a quienes puedan pagar las onerosas cuotas de acceso. Las editoriales de acceso abierto sin fines de lucro, que no cobran por publicar ni por leer artículos, representan una respuesta importante a este régimen cerrado de conocimiento. En este sentido, los campos de los estudios de medios y comunicación deben seguir la iniciativa de una tradición que ya está bien arraigada en América Latina, de publicar en revistas de acceso abierto.46 Las instituciones europeas y norteamericanas han facilitado —conscientemente o no— la cínica cooptación del movimiento de acceso abierto por parte de las editoriales comerciales.47 Su táctica ha sido cambiar las cuotas extorsionistas de subscripción por cargos usurarios para publicar artículos, esto es, poner barreras de pago para autores en vez de para lectores.48 Los académicos latinoamericanos han lanzado una campaña global contra este régimen corporativo de acceso abierto basado en cuotas, argumentando que las cuotas de más de 3,000 dólares para publicar un artículo constituyen una exclusión de facto del Sur Global.49 El modelo latinoamericano sin fines de lucro y sin cuotas ofrece una alternativa floreciente, apoyada por el financiamiento colectivo. Últimamente, personas que se dedican a la investigación de medios y comunicación en América Latina y otras regiones han difundido súplicas a campos específicos con el fin de frenar la transición al acceso abierto comercial que excluye a autores y amenaza con agravar las inequidades globales de conocimiento.50 En plan de contraataque se propone crear colaboraciones internacionales multilingües entre revistas de acceso abierto que no cobran cuotas; History of Media Studies actualmente está piloteando la propuesta con Comunicación y Sociedad y MATRIZes.

Registros de exclusión

Se organizó el año pasado la Preconferencia ICA precisamente con estas propuestas en mente: mapear la exclusión y llevar adelante el trabajo de recuperación. La reunión virtual de dos días convocó a dos docenas de estudiosos de todo el mundo para un diálogo en torno a los trabajos que, en forma revisada, se publican en esta sección especial. Se pensaba desde un principio que la preconferencia y la revista estarían vinculadas. Un objetivo era plasmar nuestra visión para History of Media Studies como un sitio donde se amplíe la historiografía. La convocatoria, lanzada en español, portugués e inglés, explicitó el objetivo de lograr la participación de investigadores de América Latina y que se trabajara dentro de las tradiciones de la región. Casi la mitad de los trabajos estaba escrita en español, la otra mitad en inglés. Quienes organizaron el evento se valieron de DeepL para generar traducciones funcionales que los participantes pudieran leer por anticipado. La preconferencia misma luego se valió de intérpretes simultáneos en vivo para facilitar lo que resultó ser un diálogo bilingüe apasionante. La viveza del intercambio nos dejó motivados y convencidos de que la nueva revista podría, con mucho trabajo y colaboración, plantear como su pilar central el descentramiento de las historias de los campos. Todos caímos en la cuenta de que el formato virtual fue un elemento clave para el intercambio intelectual. Los altos costos de los viajes a congresos representan, a fin de cuentas, un mecanismo importante de exclusión, en particular a lo largo de las fallas que separan a Norte y Sur. Se ahorraron estos costos y, con fondos procurados junto con el cobro renunciable de un modesto pago de inscripción a la conferencia, se logró pagar los servicios de los intérpretes profesionales —cuyo trabajo dependía a su vez del software de bajo costo para conferencias que permitió que el grupo se reuniera de manera remota—.

Fue la experiencia de la preconferencia lo que impulsó a History of Media Studies a lanzarse como revista multilingüe, con manuscritos aceptados tanto en español como en inglés. Guiados por nuestra Junta Editorial, pensamos abrirnos con el tiempo a otros idiomas, priorizando literaturas y tradiciones lingüísticas excluidas por la acelerante hegemonía de la lengua inglesa en nuestros campos. De los siete artículos de esta sección especial, tres se publican en español y cuatro en inglés, y esta introducción aparece en ambas lenguas. Los trabajos abordan una variedad de exclusiones, atravesando geografías y ámbitos intelectuales. Hay dimensiones cruciales de exclusión y oclusión, sobre todo en las líneas de raza y género, que se tratan solo indirectamente en esta colección, lo que refleja el enfoque de los trabajos que se presentaron como fruto de la preconferencia. En ese sentido vemos la sección especial como un primer paso, una especie de pagaré de la historiografía incluyente del campo que la revista pretende incubar. Cada uno de los artículos, con su enfoque particular, representa el tipo de trabajo que pensamos publicar en los números futuros —investigación en la que se aplica la sensibilidad histórica para el reconocimiento del campo por sus omisiones e inequidades—.

El aporte de Sarah Cordonnier aborda el campo mismo como objeto de exclusión. Ella observa que los estudios de medios, comunicación y cine se establecieron de maneras distintas en todo el mundo. De ahí que las historias institucionales e intelectuales de estos campos son muy diferentes según el contexto nacional y regional. Sin embargo, lo que comparten estas diversas formaciones de los estudios de medios es la experiencia de la marginalidad. Los estudiosos de comunicación, en un campo nacional tras otro, han sido relegados a la periferia de sus respectivas universidades, donde han tenido que conformarse con un estatus inferior. En el artículo de Cordonnier se registra este patrón de estigmatización, rastreable en parte al crecimiento institucional acelerado y tardío de los campos. La autora lanza un llamado a los campos a revertir su postura defensiva —a acoger las mismas condiciones, incluyendo la proximidad a la vida cotidiana y la tremenda heterogeneidad de las prácticas de conocimiento, que sirvieran para socavar su legitimidad—.

El artículo de Daniel Horacio Cabrera Altieri sobre el “imaginario textil” puede leerse como una extensión y profundización de la conclusión de Cordonnier. Cabrera Alitieri plantea la práctica y la metáfora del tejido como una alternativa por largo tiempo enterrada y con perspectiva de género distinta de las concepciones de la comunicación fundadas en imágenes de transporte y de redes que han predominado en el campo organizado. La preocupación de los teóricos de la comunicación por la racionalidad discursiva y por el despliegue progresivo de nuevos medios, ha ayudado a ocultar una rica tradición alterna que Cabrera Altieri desarrolla prestando particular atención a las culturas indígenas de América Latina. Su proyecto consiste en recuperar la memoria y excavar los trazos subterráneos, excluidos por la “amnesia textil” de los campos. Como imaginario rival, el textil sugiere una ética de cuidado, de entretejido, centrada en el tejido social.

Una fuente largamente suprimida de concepciones alternativas de la comunicación, incluyendo la metáfora fundamental del tejido, es la experiencia indígena en América Latina. Como lo describe María Magdalena Doyle en su aportación, la indigeneidad fue un área descuidada de estudio dentro de las emergentes disciplinas nacionales de comunicación en la región—al igual, cabe señalarlo, que en otras partes del mundo—. A partir de los años setenta, los estudiosos latinoamericanos empezaron a estudiar la comunicación y las prácticas mediáticas de los pueblos indígenas, pero típicamente a través de los lentes antagonistas de la modernización o la lucha de clases. Doyle mapea un cambio de enfoque de la investigación a partir de mediados de los años ochenta, reflejo en parte del incipiente reconocimiento de la identidad particular de los pueblos indígenas en los ámbitos nacionales e internacionales. Para la década de los noventa surgió una corriente de trabajo en la que se empezó a plasmar un imaginario decolonial con base en la comunicación y la lucha política de los indígenas, una que brindó epistemologías alternativas, mismas que se han desarrollado en una creciente producción académica.

El trabajo de Emiliano Sánchez Narvarte sigue otro hilo dentro de la investigación latinoamericana de la comunicación: la interacción de la región con las organizaciones internacionales y la circulación transnacional de la investigación. A partir de finales de los años setenta, el estudioso venezolano Antonio Pasquali desempeñó una serie de puestos en la UNESCO. Desde ahí, y por medio de su densa red de vínculos con otros investigadores latinoamericanos, Pasquali ayudó a poner a la región en contacto con instituciones como la UNESCO y la AIECS, que se dedicaban en aquel entonces a desafiar la estrechez no reconocida de la investigación de la comunicación que se realizaba en Estados Unidos. Sánchez Narvarte traza la política de la comunicación en América Latina entre 1979 y 1989 y coloca a Pasquali como el mediador intelectual,51 cuyo papel conectivo ayudó a su vez a consolidar la conciencia regional del campo en nuevos espacios como la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación.

En los años setenta y ochenta, la UNESCO y la AIECS ayudaron a coordinar a estudiosos críticos de todo el mundo en lo que fue, para algunos investigadores por lo menos, un proyecto deliberado encaminado a construir alternativas a la tradición estadounidense de los efectos de los medios. En su artículo, Maria Löblich, Niklas Venema y Elisa Pollack relatan el apogeo y la caída de la investigación crítica en el invernadero de la guerra fría que fuera Berlín Occidental. Como secuela de los acontecimientos de 1968, estudiantes izquierdistas de la Freie Universität ayudaron a apoyar nuevas contrataciones y un currículo renovado en el que se mezclaba la teoría crítica con el desarrollo de habilidades. Utilizando el marco de la sociología de la ciencia de Pierre Bourdieu, Löblich, Venema y Pollack dan cuenta de cómo la política febril y la retórica enaltecida del anticomunismo pronto impulsaron al gobierno de Berlín Occidental a realizar una reingeniería que en efecto dio fin a la fugaz tradición crítica de la universidad.

Asimismo, la política de la producción académica sobre la comunicación constituye el enfoque de Angela Xiao Wu, en su relato de cómo la disciplina en China se distinguió de sus pares al apropiarse de la cibernética y la teoría de sistemas en la década postMao de los ochenta. Los estudiosos del periodismo, en particular, integraron la cibernética con el cientificismo de la dialéctica de la naturaleza de Friedrich Engels para crear lo que Wu llama “periodismo de sistemas”. La medida de las noticias no era su correspondencia a la realidad sino sus aportes a la estabilidad global del sistema. Para principios de los años noventa, el campo chino, xiwen chuanbo (estudio de periodismo comunicación) se designó como disciplina de primer nivel, debido en parte a la improbable aleación de Engels y la teoría de sistemas —una adaptación creativa, como lo demuestra Wu, a las condiciones locales complejas—. Cabe señalar que con dichas condiciones locales se rescatan precisamente el tipo de contextos geográficos y geopolíticos que han quedado excluidos o marginados en gran parte de la historiografía existente.

En la última aportación de la sección especial, Boris Mance y Sašo Slaček Brlek se basan en un análisis cuantitativo de la red de ocho revistas de lengua inglesa para mapear cómo los campos de la comunicación abordan la inequidad. Como lo demuestran los autores, el tema ha quedado relegado a los márgenes de las disciplinas desde la segunda guerra mundial. En los escasos abordajes de la inequidad que aparecen en la literatura, se ha configurado en función de contextos más amplios más allá del campo, como la rivalidad de la guerra fría o, después, la política de Estados Unidos con respecto a la Internet. Mance y Brlek concluyen que la inequidad, como tema de investigación, se ha domesticado, se le han extirpado las garras —efecto secundario, según los autores, de los vínculos estrechos del campo institucionalizado con los intereses administrativos de los estados poderosos como Estados Unidos—.

Los trabajos recolectados aquí apuntan hacia el doble carácter de las exclusiones de los campos. Estos patrones de omisión y comisión son, en un primer registro, constitutivos de las formaciones disciplinarias que se nos han legado y que hemos reproducido. Es decir, los estudios de medios, cine y comunicación fueron configurados de manera fundamental por silenciamientos, privilegios, olvidos e impugnaciones. El centro no marcado y la periferia excluida, en un sentido importante, se han cocreado. Sin embargo, en un segundo registro estas exclusiones representan acontecimientos contingentes. No existe una ley férrea de la dependencia académica, ni hay una trayectoria predeterminada de sobreextensión hegemónica.

Tomando en cuenta la conversación que se tuvo en la preconferencia, así como los artículos reunidos aquí, proponemos que una historiografía influida por ambos registros —el constitutivo y el contingente— podría contribuir a un reconocimiento tentativo del campo con su pasado y su presente. Al enmarcar estas exclusiones como constitutivas se descartan ciertas soluciones fáciles consistentes en la simple inclusividad; en lugar de eso, se nos invita a considerar todas las maneras en que estas y otras exclusiones han servido para centrar ciertos problemas, teorías, lenguajes, naciones, identidades sociales y lugares de publicación, y para excluir o marginar otros que se plantean como de un valor diferenciado menor, de un estatus inferior, como Otro y más. Al enmarcarlas como constitutivas también se arroja luz sobre la manera en que dichas exclusiones se ejecutan performativamente de manera permanente a través de toda una gama de prácticas sociales y epistemológicas, por medio de las cuales el campo se (re)produce.

Por su parte, la promesa del marco de la contingencia es la de cultivar una sensibilidad ante las diversas formaciones, literaturas y conocimientos alternativos que, desde los inicios múltiples de los campos, siempre han existido a la sombra de los ámbitos mejor financiados, más visibles y lingüísticamente privilegiados. En este segundo registro, la historiografía de los estudios de medios podría ayudar a impedir una consecuencia no intencionada de algunas intervenciones críticas recientes. Al repetir ciertos clichés históricos, inclusive con la intención de tumbarlos, corremos el riesgo de dejar invisibilizadas muchas de las tradiciones heterodoxas y de oposición que existen en los campos, enterradas bajo el olvido crónico que se pretende revertir con los trabajos de esta sección. Mientras nos esforcemos por levantar una carpa más incluyente para el estudio de los medios, las historias de nuestros campos podrán ayudar a abonar el suelo bajo esa carpa. Ese trabajo apenas inicia.52


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